EL BUDISMO
PARECE HABER DESCUBIERTO HACE MÁS DE 2 MIL 500 AÑOS LA MISMA VERDAD QUE APENAS
AHORA DESCUBRE LA FÍSICA CUÁNTICA, POR UN MÉTODO DE INVESTIGACIÓN
INTERNA.
Por más que las intersecciones entre el
budismo y la física cuántica hayan sido el tema de numerosos libros y
documentales new age que han sido criticados por divulgar una imagen de la
física moderna poco fiel a la realidad –cargada de una dosis de magia y
pensamiento positivo– es indudable que algunos de los postulados de la mecánica
cuántica tienen importantes coincidencias con algunos de los principios del
budismo, algunos de los cuales tienen más de 2 mil 500 años. La simple
curiosidad humana y la búsqueda de la verdad nos hacen maravillarnos de esto y
pensar que tal vez el budismo, quizás la disciplina más penetrante en su
averiguación de la naturaleza de la mente que el hombre conoce, tocó profundas
verdades, que por otro método hoy estamos confirmando.
Hace apenas unos meses, el Dalái Lama
fue anfitrión de una conferencia sobre budismo y física cuántica en la que
discutieron las asombrosas similitudes, particularmente entre la filosofía de
Madhyamaka del gran santo Nagarjuna y algunas de las teorías más extrañas de la
mecánica cuántica, como la dualidad onda-partícula, el entrelazamiento cuántico
y el colapso de la función de onda. Uno de los principios básicos del budismo de
Nagarjuna es que todos los fenómenos y todas las cosas están vacías, ya que no
tienen una esencia independiente: para existir dependen de otra cosa y esa otra
cosa depende de otra y así ad infinitum –a esto se le llama originación
dependiente. Lo anterior puede equipararse con la noción de la física cuántica
de que el estado definido de una partícula en el tiempo y en el espacio no
existe hasta que no es observada, es decir depende de otra cosa siempre, de tal
forma que no podemos decir que exista por sí misma.
Recientes investigaciones en torno al
fenómeno conocido como entrelazamiento cuántico han llegado a la conclusión de
que este entrelazamiento que aglutina sistemas cuánticos al instante superando
cualquier distancia permea todo el universo y es de hecho la sustancia misma del
tiempo-espacio. Esto significa que ninguna región del espacio puede separarse y
analizarse independientemente: el universo es no-local, lo cual es equivalente a
no separable y ciertamente interdependiente en su totalidad. El físico
Juan Maldacena piensa que el entrelazamiento cuántico es responsable de la
“bella continuidad del espacio-tiempo. En otras palabras, la estructura sólida y
confiable del tiempo-espacio se debe a las propiedades fantasmagóricas del
entrelazamiento”.
Podemos ver el entrelazamiento cuántico
como una expresión cuantificable de la noción de originación dependiente: un
estado cuántico individual no puede separarse del sistema total de la misma
forma que un fenómeno no existe independientemente de las condiciones de las que
emerge. Algunos físicos incluso han dicho que las diferentes partículas de un
sistema cuántico deben tomarse como si fueran una misma partícula. En el budismo
lo único que permanece en este universo es el vacío que contiene en sí mismo
todos los fenómenos eternamente manifestándose como sueños sin sustancia en una
mente luminosa, como olas que se rompen en el viento y regresan al océano de la
totalidad.
Jay Garfield, traductor
del Mulamadhyamakakarika, el texto esencial de Nagarjuna, pone el
ejemplo de una mesa (y por qué está vacía):
Su existencia como objeto, eso es, como
mesa, no sólo depende sí misma o de cualquier característica no relacional, sino
también en nosotros. Eso es, si este tipo de mueble no hubiera evolucionado en
nuestra cultura, lo que nos parece ser un objeto obviamente unitario en cambio
sería descrito correctamente como cinco objetos: cuatros palos bastante útiles
absurdamente montados sobre una tabla de madera esperando a ser labrada. Esto es
para decir también que la mesa depende para existir de sus partes, de sus
causas, de su material, y así sucesivamente. Aparte de éstos, no hay mesa. La
mesa, podemos decir, es una tira de tiempo-espacio puramente arbitraria elegida
por nosotros como el referente de un nombre único, y no una entidad demandando,
por su propia cuenta, reconocimiento y análisis filosófico para revelar su
esencia.
El traductor de textos budistas y
también físico Alan Wallace ha celebrado esta maravillosa coincidencia en las
implicaciones filosóficas de la física cuántica, un tema que los físicos
prefieren separar de su trabajo pero que inevitablemente debe discutirse cuando
uno busca formar una teoría completa de la realidad. (La mentada teoría del todo
que tanto ambicionan los físicos, no puede prescindir de su significado
filosófico, de su aspecto cualitativo). En una entrevista reciente
Wallace observa las coincidencias entre Nagarjuna y la física
cuántica:
[Nagarjuna] negó la existencia
independiente no sólo del yo, el observador, sino también del objeto, el
observado; e incluso de la observación misma. El
término madyamika deriva directamente del que empleó Nagarjuna para
referirse al camino de en medio, aludiendo al espacio entre el nihilismo y el
materialismo.
Esto mismo parece ser expresado por
Werner Heisenberg al sugerir que la realidad a la que accedemos no existe
separada de nuestra observación: “No observamos la naturaleza en sí misma, sino
la naturaleza expuesta a nuestro método de cuestionamiento”. Wallace cuenta que
cuando le explicó esto al físico Anton Zellinger, éste se maravilló de que se
pudiera llegar a esa conclusión sin conocer física cuántica. A lo que Wallace
contestó que los budistas tienen otro método para investigar la realidad: “la
práctica de samadhi. un método contemplativo para investigar la mente y los
fenómenos objetivos”.
Dos cosas fascinantes se derivan lo
anterior, primero la validez de un método de investigación interno de
observación del ser, el rayo de la mente, el buddhi, posiblemente tan
preciso como uno de los telescopios de la ciencia moderna, pero para conocer el
cosmos que existe adentro y, por otro lado, que del resultado de las
investigaciones deriva toda una filosofía ética, la cual demuestra por qué el
conocimiento no puede separarse, como a veces intenta la ciencia, y limitarse a
la pura especulación teórica. “Al darte cuenta de que nada existe
independientemente, ni los átomos, ni las personas, ni las culturas… brota
naturalmente la compasión”, dice Wallace. No existe ninguna motivación más
poderosa para ayudar a los demás que experimentar claramente la unidad que
existe en todas las cosas y la profunda identidad que existe entre el uno y el
otro, de tal forma que no es una metáfora cuando se dice que al hacerle algo a
alguien nos los hacemos a nosotros mismos (esta es la llamada ley de oro y el
corazón de todas las religiones). La originación dependiente o el
entrelazamiento cuántico al final significan que los demás dependen de nosotros
y nosotros de ellos en una cadena infinita de reflejos, que estamos entrelazados
indisociablemente. Esta no sólo es la conclusión de una visión metafísica del
universo, es el principio de toda ética: el todo en el uno, el uno en el
todo.
http://sabiens2.blogspot.com
fuente/pijamasurf.com
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