lunes, 25 de marzo de 2013

Gromia

Gromia

Aunque esta noticia no es nueva, creo que será de sumo interés a los interesados. Por lo menos a mí así me lo parece, sobre todo a la hora de poder hablar de según que temas con cierto grado de propiedad.
Fue durante el verano del 2007, durante una expedición a las Bahamas, que un equipo de científicos realizó un descubrimiento sorprendente. Sobre el lecho marino, a una profundidad de 610 metros, un submarino guiado por control remoto grabó en vídeo lo que podría denominarse como: “bola sin cerebro, sin ojos ni color, cubierta completamente por barro”. De hecho, Mikhail V. Matz, de la Universidad de Texas, es el responsable de tan gráfica descripción.
Y no es para menos.
Parece ser que estas bolas, que miden cerca de una pulgada (2,5 centímetros de diámetro aproximadamente), dejan improntas de sus rastros sobre el fondo marino, como si de algún modo consiguieran rodar sobre él, de una manera autónoma.
Tras un lapso de tiempo prudencia, el doctor Mazt y sus colegas han publicado su hallazgo y estudio en Current Biology, donde en términos más científicos se expone que tal ser, en realidad, es una ameba gigante del género Gromia, un envoltorio transparente de protoplasma con un núcleo relleno de agua que le ayuda a mantener su forma esférica. Afirmándose que la criatura, dadas estas características, rueda empujándose a si misma mediante la exudación de pequeñas porciones de dicho protoplasma a través de unas aperturas en su superficie.
Por otro lado, más allá de la simple curiosidad, los investigadores cayeron en la cuenta de que sus rastros eran muy similares a los surcos hallados sobre lecho marino fósil datado hace más de 550 millones de años. De modo que la ameba rodante plantea severas dudas sobre el entendimiento que los científicos tienen, hoy día, sobre el modo en que la vida en la Tierra se diversificó.
De siempre se había argumentado que los organismos pluricelulares, provistos de dos hemisferios simétricos, surgieron antes de la explosión de diversidad que se dio en el período Cámbrico, hace unos 542 millones de años. Uno de los mejores argumentos esgrimidos para tal afirmación era precisamente la de los rastros fosilizados encontrados en el lecho marino, entendiéndose que sólo una criatura compleja y de simetría bilateral, podría maniobrar por sus propios medios dejando ese tipo de surcos.
En juego este organismo Gromia, que es unicelular y carece de simetría bilateral, y que además deja rastros muy similares, obliga a replantearse las teorías hasta ahora postuladas.
Parafraseando a Matz: “Realmente este es un duro golpe para la escuela de pensamiento que sostiene que los animales evolucionaron de forma lenta antes del Cámbrico”.
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LAQUINTACOLUMNA